Padres y madres migrantes de origen indígenas, lamentan que haya lugares dónde los vean diferente cuando los oyen hablar en otro idioma que no es español.
Por Redacción Intertextual/ contacto@intertextualcr.com
En las calles de San José, Costa Rica, en los mercados, en los buses rosados de La Carpio o en supermercados chinos son comunes las conversaciones en miskito. Pero, algunos hijos piden a sus padres que no les hablen en ese dialecto en espacios públicos. ¿Vergüenza? o ¿Un mecanismo de defensa ante la discriminación?
Lina Vanega, nacida en Río Coco -Wangki en miskito-, Costa Caribe Norte de Nicaragua, asegura que es lo segundo. “Es para protegerse de que los miren mal”, apunta.
Hace dos años, ella y cinco integrantes de su familia se exiliaron en Costa Rica para proteger sus vidas ante las invasiones de colonos a los territorios indígenas. El poco dominio del español es una limitante para las personas indígenas refugiadas o solicitantes de refugio en Costa Rica. “Hay quienes sólo hablan miskito, entonces no pueden salir a buscar un trabajo, sólo pueden estar en la casa», se lamenta.
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Las y los niños miskitos no hablan su lengua materna en algunas escuelas por temor a vivir discriminación o que les llamen “miski”, una expresión percibida como insulto. Por ello, prefieren hablar únicamente en casa, con los suyos. Aprender el español como segunda lengua, se ha vuelto una obligación para lograr “mejores oportunidades laborales”, admiten los migrantes costeños.
“Yo conozco unos muchachos que solo hablan en español por miedo a que les hagan bullying”, mencionó Vanegas. “Pero también sé de miskitos que trabajan en la construcción y, en algunos lugares, el jefe les dice que hablen en español porque cree que están hablando mal de él. Es maltrato, porque los miskitos no hablan bien el español y a menudo se ven obligados a dejar el trabajo mejor”, relata.
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ToggleLos horarios y las madres miskitas
Lina relata que algunas madres miskitas se ven afectadas por la acción del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), una institución autónoma del gobierno de Costa Rica encargada de velar por los derechos de la niñez. Esta institución exige que la niñez, siempre esté bajo el cuidado de una persona adulta, una tarea que deben asumir las mujeres.
Las miskitas exiliadas, en muchos casos madres solteras, no tienen acceso a empleos formales y los salarios son tan precarios que no les alcanzan para pagar a otra persona para el cuidado de sus hijas e hijos. “Hay un riesgo de que te denuncien que dejas solo a los hijos, aunque no sea así”, dice Vanega.
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A esto se suma que en Costa Rica, las escuelas cuentan con horarios que varían según sus calendarios escolares. En Nicaragua por ejemplo, los alumnos asisten en un horario determinado; matutino o vespertino. Sin embargo, en Costa Rica, los horarios varían en la semana, algunos días pueden ser en la mañana, otras veces en las tardes.
“¿Qué ocurre entonces? Las madres miskitas que están trabajando no pueden dejar sus empleos para buscar a los niños, así que la escuela reporta que esos padres no llegan a buscar a sus hijos a la escuela y es ahí donde interviene el PANI”, señala Vanega. “Es complicado a veces, pero ahí vamos”, señala.
El idioma como forma de resistencia
Lina ha hecho vida con un ciudadano costarricense. En el amor, dice, las barreras del idioma no existen. “Le explico algunas palabras en mi idioma y cuando yo no entiendo otras en español, él me las explica y así nos complementamos”, comparte.
Mantener la lengua materna viva, es una manera de resistir, asegura Lina. “Uno tiene que estar orgulloso de su etnia, de nuestro idioma, nuestras costumbres, tradiciones y cultura, y siempre tenemos que enseñar a nuestros hijos en cualquier parte que uno esté viviendo”, recomienda.
Lina asegura que se ha encontrado con funcionarios costarricenses respetuosos con sus limitaciones cuando habla español. “Una vez que fui al Banco Nacional de Costa Rica. Unos trabajadores no me entendieron bien, entonces me dieron un papelito para que yo escribiera lo que quería decir”, contó. “Al final fui bien atendida”, expresó.
Pero añade que la mayoría de las personas miskitas no resuelven su situación migratoria porque en la Unidad de Refugio no hay un solo traductor, los tiempos son limitados y el funcionariado no comprende las expresiones miskitas. “Entonces ahí hay un problema que debe resolverse”, demandó.
Con necesidades, pero sin rendirse
Lina y otras 20 familias miskitas viven en la cima de Alajuelita. Ahí enfrentan muchas necesidades de sobrevivencia por la falta de empleos. Ella es promotora social y defensora de derechos humanos. Ante situaciones injustas o abusivas no se queda callada. El lugar donde vive es el centro de referencias para las personas que buscan un plato de comida, una cobija, algún medicamento, hacer una llamada o para recibir un consejo de algo que no entienden.
Dos o tres veces a la semana, Lina se hace unas trenzas largas y se va a sus clases de emprendimiento y computación gracias a una organización que apoya a personas exiliadas en Costa Rica. “Que no se les olvide enseñar en nuestro idioma, hay que decir siempre de dónde venimos, cómo vivimos, cómo jugábamos antes. No hay que perder nuestras raíces”, resaltó.
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Para Lina, el uso del idioma es la base de su cultura porque en este se alberga la memoria histórica, la práctica de sus tradiciones, juegos, historias, gastronomía y danzas emblemáticas que el pueblo miskito ha practicado por muchos años.
“Nos reunimos (con las familias miskitas) de Pavas, Alajuelita y La Carpio y hacemos ´Luck Luck´ -sopa de res con bastimento y coco-, compartimos Wabúl que es bebida o batido de plátanos mezclados con leche de coco y rondón de pescado, caldo de pescado y bastimentos cocinados con leche de coco, para no perder nuestra cultura y tradición”, contó.
“Yo soy miskita a dónde quiera que me vaya, al fin del mundo o al fin de la tierra y no voy a dejar de serlo, nací de una madre miskita y moriré miskita”, sentenció.