Aquel el FSLN atentó contra las leyes del mercado libre; la unidad familiar con el violento Servicio Militar; contra la iglesia Católica y la propiedad individual. La mayoría de errores que sigue cometiendo, por lo que debe recurrir a la fuerza para mantenerse en el poder.
Por: Voces en Libertad/ contacto@intertextualcr.com
Para analistas del propio Fentre Sandinistas de Liberación Nacional (FSLN) y otros independientes, la estrepitosa derrota electoral de Daniel Ortega el 25 de febrero de 1990 creó un trauma que explicaría la actual dictadura Ortega-Murillo: el miedo a perder el poder y la ausencia de escrúpulos para sostenerlo a costa de cualquier salvajismo.
Para este analista, ayer en las filas del Frente Sandinistas y hoy en el exilio, la razón de la actual dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo tiene su base traumática en aquella estrepitosa derrota electoral del 25 de febrero de 1990.
“Razones menos, razones más, la arbitrariedad desquiciada y la barbarie inclemente de la que hace gala la dictadura de hoy, está radicada en el terror de volver a perder el poder como lo perdieron hace 33 años”, dice este veterano analista.
“Es un miedo agravado ahora por las consecuencias de todos los crímenes que ellos dos han perpetrado en el país desde 2018 a la fecha”, responde vía mensajería y desde el exilio este sociólogo que, de momento, dice que quiere mantener su identidad en anonimato por razones de seguridad a su familia en Nicaragua.
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Toggle¿Qué pasó en 1990 en Nicaragua?
Dice este sociólogo que ese año las elecciones generales se adelantaron al 25 de febrero para escoger al Presidente de la República y a los 92 miembros de la Asamblea Nacional de Nicaragua.
Los comicios se convocaron de manera adelantada (originalmente estaban previstas para noviembre) como consecuencia de las negociaciones entre los países centroamericanos y otros observadores internacionales, para poner fin a la guerra civil que libraba desde 1980 el Ejército Sandinista contra la insurgencia de los Contras, apoyada por los Estados Unidos.
Estas elecciones pusieron fin a la primera dictadura sandinista con la victoria de la Unión Nacional Opositora, de tendencia conservadora y derecha, que obtuvo aproximadamente el 55% de los votos, llevando a la presidencia a Violeta Chamorro y su primera derrota a Daniel Ortega.
Aquel país en ruinas bajo el sandinismo
Nicaragua llevaba ya una década en guerra bajo la administración sandinista, aliada de la Unión Soviética, con una economía destruida, miles de muertos, represión y falta de libertades, exilio, destierros y persecución a la Iglesia Católica.
La campaña inició formalmente en enero de 1990, aunque el FSLN, con Daniel Ortega como candidato a presidente y Sergio Ramírez como candidato a vicepresidente, había comenzado campaña desde el anuncio de adelanto de las elecciones en octubre de 1989.
Aquella campaña electoral fue dura para la UNO: el FSLN amenazaba, perseguía, acosaba, agredía o asesinaba a sus líderes y seguidores, mientras volcaba todo el aparato militar y económico del Estado a favor de su fórmula.
La dama de blanco contra el gallo ennavajado
Todo hacía indicar, salvo algunas pocas encuestas, una victoria “apoteósica” de Ortega y el FSLN. A pocos días de terminar las elecciones, las dos principales fuerzas políticas opuestas realizaron sus cierres de campaña.
El domingo 18 de febrero de 1990 se efectuó el cierre de campaña de la UNO en la Plaza de la Revolución, luego plaza de la República, en Managua. Doña Violeta, cuya campaña la presentó con un aire religioso de blanco espiritual, llamó a la paz ante una concentración modesta atiborrada de corresponsales extranjeros.
Tres días después, el miércoles 21 de febrero, en el 56 aniversario de la muerte de Sandino, en la Plaza Parque Carlos Fonseca Amador, por la tarde, el FSLN cerró campaña con cerca de medio millón de asistentes.
Daniel Ortega, cuya lema de campaña era “Ganamos y Adelante, Todo será mejor”, fue presentado como “El gallo ennavajado”: un candidato viril y agresivo que tras 10 años de poder y discurso violento, prometía sacar adelante a Nicaragua del desastre en que lo había metido.
Tan gigante fue la manifestación final, que El Nuevo Diario tituló: “Elecciones para qué” y su portada fue Ortega vestido tipo Chayanne, en mangas de camisa, pañuelo al cuello, jeans ceñido y puño en alto.
La victoria que se escapa de las manos
Cuatro días después, el trauma: el 25 de febrero de 1990 la mayoría del pueblo votó contra el FSLN y Ortega. En la madrugada del 26 de febrero el Consejo Supremo Electoral, anunció que la UNO obtuvo el 54.7 % de los votos (777.522) y el FSLN el 39.8 % (579.886).
Aturdido, Ortega reconoció públicamente su derrota y cedió el poder a Violeta Barrios de Chamorro, no sin antes prometer la tónica de su oposición “gobernando desde abajo”: violencia, sangre y fuego.
Atrás quedaban 11 años de guerra y muerte con más de 50,000 muertes según la OEA, más de 400 mil nicaragüenses exiliados, una deuda externa impagable, la economía destruida y retrocedida a tres décadas y una polarización extrema y mortal.
Mónica Baltodano, ex guerrillera y luego opositora, hoy desterrada, reconstruye aquella fecha en su libro de tres tomos Memorias de la Revolución Sandinista. “Aquella decisión de adelantar las elecciones, asegura, no fue una decisión personal ni un gesto de paz de Ortega, sino una decisión colegiada del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)”.
La decisión, dice, se debió a la Dirección Nacional, compuesta por nueve comandantes guerrilleros, principales cuadros del partido, Estado Mayor del Ejército y asesores del gobierno. “Debemos recordar que, desde 1986, el gobierno se vio obligado a participar de un proceso de negociación regional llamado Esquipulas, que tuvo varias fases presionado por la comunidad internacional, por el bloqueo, la guerra y el desgaste económico”, cuenta Baltodano.
Además del desastre económico, Ortega se enfrentaba al descontento popular por la escasez de alimentos y por el rechazo al Servicio Militar Obligatorio, una ley que obligaba a adolescentes desde los 16 años hasta jóvenes de 25, a combatir desde el Ejército Sandinista a la Contra.
El peso nefasto del Servicio Militar
“Mi criterio es que más a la pobreza, la gente rechazó a Ortega por el FSLN. Más de 35,000 jóvenes del Servicio Militar murieron por esa ley, la gente no quería más guerra y Ortega, desde entonces y a la fecha, vinculó su imagen a la muerte, la guerra, la pobreza y la violencia”, dice el analista.
Después de perder Ortega en 1990, Nicaragua se abrió a la democracia y al desarrollo cívico. Ortega quiso volver, pero fue derrotado en tres elecciones consecutivas hasta que pactó reformas al Poder Electoral en el año 2000 con el expresidente corrupto Arnoldo Alemán, lo cual le permitió ganar las elecciones de 2006 con el 38% de los votos.
Desde entonces, se apropió del Poder Electoral y los demás poderes del Estado y ha cometido fraudes electorales para perpetuarse en la silla presidencial, en el cual lleva ya 16 años consecutivos y llegará a 19 años en 2026.
Después de perder el poder en 1990, Ortega se vio obligado a pasar 17 años en la oposición: fue derrotado en tres comicios consecutivos hasta que ganó las elecciones en 2006, volviendo a asumir la presidencia a inicios de 2007.
“En aquel proceso electoral fue clave la transparencia y ética del Poder Electoral, Ortega lo aprendió y desde entonces se dedicó a controlar el sistema electoral para regresar a la presidencia y permanecer en el poder desde entonces”, dice el analista. “Él y su mujer saben que en unas elecciones limpias no tienen manera de ganar, por eso recurren a la violencia, al fraude, al crimen para no volver a perder el poder en elecciones limpias”, dice.
El “Mea Culpa” de los sandinistas derrotados
¿Por qué perdió aquella vez Ortega? Aunque parezca obvio, hubo gente que se dedicó a investigar el fenómeno.
En 1992 el equipo del Instituto de Estudios Nicaragüenses IEN, dirigido por el fallecidos exasesor de Ortega en los 80, Paul Oquist, realizó una investigación en conjunto con el Instituto para el Desarrollo para la Democracia (IPADE) y el Centro de Investigaciones y Estudios Municipales (CIEM) para analizar con mayor perspectiva los resultados globales de las elecciones de 1990.
El estudio se hizo con todo el sesgo posible para justificar la derrota sandinista, acusando principalmente a Estados Unidos por haber apoyado militarmente a la Contra, pero en un alarde de inesperada sinceridad, la investigación reconoce el talante dictatorial y abusivo del FSLN y Ortega en aquella época.
“No es posible explicar los resultados de las elecciones sin tomar en cuenta la guerra de agresión de casi una década de duración, en que el gobierno norteamericano tenía como política consciente concentrar todas las energías de la Revolución en la defensa militar, generar tensiones sociales en torno a la guerra, sabotear los esfuerzos de paz, desgastar la economía, el bloqueo financiero y el embargo comercial; todo, con el propósito de debilitar políticamente al FSLN”, dijo Oquist.
El FSLN: espionaje, represión, muerte y dolor
Según sus cifras, hubo 61,884 víctimas de guerra, incluyendo 30,865 muertes sandinistas, que representaban el 1.72% de la población nicaragüense de 3.6 millones de habitantes.
“Los factores que generaron el deterioro en la base social, se vieron agudizados por errores y deficiencias en las estructuras del FSLN lo que debilitó sus posibilidades para identificar y tratar los problemas adecuadamente”, admite luego.
“Estos errores incluyen el verticalismo, el burocratismo, el sectarismo, procedimientos y estilos inadecuados en las relaciones con la población, generados por la no diferenciación de estructuras estatales, militares, partidarias y de las organizaciones de masas”, sigue explicando Oquist en su estudio.
Y luego, la admisión categórica del papel nefasto del Frente Sandinista: “el FSLN como partido político participó en forma directa en las actividades operativas del SMP a nivel de barrios y comarcas, tales como el reclutamiento, avisos de movilización, identificación de evasores y desertores, así como las entregas de los restos mortales de combatientes caídos; asuntos militares que probaron tener altos costos políticos”.
Señala, además, que esas políticas del FSLN atentaron contra cuatro reglas sociales fuertemente inculcadas por la cultura tradicional nicaragüense: las leyes del mercado libre; la unidad familiar; la fe religiosa del pueblo y el respeto por la iglesia Católica y finalmente el anhelo por la propiedad individual. Errores que el FSLN sigue cometiendo, por lo que debe recurrir a la fuerza para mantenerse en el poder.