A María Muñoz, la hace feliz los resultados de su panadería. Su jornada de trabajo inicia desde las 3:00 de la madrugada y a las 4:00. No niega que emprender es de sacrificios.
Por: Intertextual/ Voces en Libertad/ contacto@intertextualcr.com
Hace seis años, María Elena Muñóz, quien por más de una década se ganó la vida vendiendo nacatamales, tortillas y atoles afuera de su casa en Masaya, decidió enrumbarse a la producción y venta del pan, tras emprender con una pequeña panadería que hoy se convierte en un punto de referencia en esta ciudad.
Doña María Elena aún recuerda aquel día en que inició con su emprendimiento, fue en 2017. En ese momento, apenas contaba con algunos sartenes alquilados, así como la máquina refinadora de masa. Su primera producción, fue de tan sólo 12 libras de harina.
“Cuando yo comencé había varias panaderías. Uno a la cuadra vio que me iba bien y comenzó con su negocio. Me hicieron contrapeso, pero solo le pedía a Dios poder seguir. ‘Mire que allá está mejor el pan’, me decían, ‘pues cada quien es dueño de su dinero’, les respondía; pero ahora gracias a Dios siguen incrementando las ventas”, asegura.
En un primer momento, a doña María Elena le pareció que su proyecto no daría frutos, debido a la demanda de los hombres en este oficio, pues asegura que “no es muy común que una mujer lidere una panadería” en el país. Sin embargo, en la actualidad se le atribuye el mejor pan de la zona.
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“¡Buenas! ¡Buenas!, me da 20 pesos de pan”, gritan todas las mañanas la fiel clientela de doña María Elena, que llega en busca del pan recién hecho.
Emprender con su panadería mejoró el medio de subsistencia de su familia
La ciudadana de 58 años de edad relata que inició en este negocio como una necesidad ante el alto costo de vida que representaba para una trabajadora informal, como era ella, vendedora de nacatamales. Desde entonces, su familia y algunos parientes cercanos se unieron al trabajo de todos los días en su panadería.
Además, creía que debido a su avanzada edad ya no podría seguir haciendo nacatamales y otros productos para vender, por lo cual quiso iniciar con la panadería; incluso, asegura que emprendió en este negocio para heredarle a sus hijas el oficio y un medio de sobrevivencia para sus familias. “Yo trabajo aquí con mis hijas (2), el muchacho que hace el pan, el hornero, y un sobrino”, describe orgullosa doña María Elena.
Según un estudio de 2019 de la anulada Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides), muchas empresas y negocios en Nicaragua se han hecho más pequeños en términos de personal a partir de marzo 2018, cuando inició la crisis sociopolítica y económica que aún afecta al país.
Además, reveló que “el sector panificación se ha enfrentado a una situación compleja, en medio de una crisis económica que persiste y en un contexto de alza en los insumos de producción”.
No obstante, para la reconocida panadera en la actualidad su negocio registra las mejores ventas, en comparación con años anteriores. A diario se produce un aproximado de 40 barras de pan, 50 manyerotes, 12 bolsas de pan con queso, 10 bolsas de bonete y 95 sartenes de bolillo, que se venden como dice el dicho como “pan caliente”, entre las 5:00 y las 8:00 de la mañana.
“Sí, ha sido rentable la panadería porque si no la tuviera no sé de qué viviría. A diario le pido a Dios que me conceda el alimento de todos los días, y me lo ha dado”, expresa la entusiasta emprendedora.
Para esta humilde panadera, la jornada de labores empieza a las 12:00 de la medianoche cuando se enciende el horno. La primera tarea de pan entra al horno a las 3:30 de la mañana, y a las 4:00 empieza a salir la primera producción del día. La mayor satisfacción para doña María, es ver cómo sus clientes llegan en busca del pan desde horas tempranas de la mañana.
Trabajó como artesana junto a su mamá
Además del entusiasmo de trabajar para sus vecinos y amigos ofreciéndoles un pan de calidad, doña María Elena también experimenta el cansancio. Asegura que en su panadería, no se conocen los días de descanso, menos los feriados, ya que prefieren mantener las ventas y su producción todos los días del año, incluso los festivos como el 24 y el 31 de diciembre.
“No tengo días de descanso porque hasta en los feriados buscan el pan, entonces debo trabajar, pero mi pasatiempo es ver novelas y visitar una comunidad neocatecumenal”, alega.
En medio de un entorno más difícil para hacer negocios, para doña María Elena, quien solamente logró cursar el segundo grado de primaria, el trabajo es como “su digno laurel”. No existe enfermedad, situación o problema que detenga su labor en la panadería, la cual se ha convertido en el medio de subsistencia para su familia.
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Cuenta que desde muy joven empezó a trabajar. A los ocho años, ella y su hermana mayor, quien vive en Costa Rica, ayudaban a su madre, una humilde artesana de Masaya, con la elaboración de indios de palma y algunas canastas, que son accesorios típicos de esta ciudad y que se comercializan principalmente durante las celebraciones religiosas y actividades culturales de este departamento.
“Desde junio hasta diciembre hacíamos eso; desde las 2:00 de la mañana hasta las 11:00 de la noche. Mi mamá así nos crió, y si no lo hacíamos nos pegaba. Éramos seis hermanos, pero solo dos trabajábamos, mi hermana mayor y yo, los demás eran menores. Por su lado, mi papá era carretonero”, recuerda.
Para doña María, el éxito de un negocio está en la calidad y las estrategias de ventas para mantener la clientela. Ella lo ha sabido hacer y hoy está convencida de que haber dejado los nacatamales para emprender en la panadería, fue una buena decisión aunque sabe que en la mesa de los masayas, se vuelven a encontrar al menos cada domingo.