En un proceso de memoria histórica, en 1929, hoy hace 95 años se recuerda en Nicaragua, cuando las fuerzas estadounidenses de ocupación, inician su repatriación, luego de la ocupación de 1912 al país centroamericano.
Este proceso que no culminaría si no hasta un 2 de enero de 1933, que dejarían grandes heridas en la memoria colectiva del país y que dejara una dictadura militar impuesta que nos trae a la actualidad a una nueva dictadura.
La historiadora Dora María Téllez Menciona que este proceso se inició antes de lo oficialmente establecido por intereses de Estados Unidos en Nicaragua, «la invasión de los Estados Unidos se produjo en 1909 y tenía como objetivo ayudar a los conservadores al derrocamiento del gobierno de José Santos Zelaya. Zelaya se había propuesto negociar, con algunos países europeos, la posibilidad de establecer y abrir un canal interoceánico por Nicaragua y los Estados Unidos estaban ya comprometidos en la construcción del canal por Panamá. Habían descartado la vía de Nicaragua y habían descartado la vía de Tehuantepec en México», dijo Téllez.
El inicio de la ocupación y el Tratado Bryan-Chamorro
La ocupación estadounidense de Nicaragua, que se extendió oficialmente del 4 de agosto de 1912 al 2 de enero de 1933, marcó uno de los capítulos más significativos de las denominadas «guerras bananeras». Este período de intervención militar y política en América Latina reflejó la política expansionista de Estados Unidos, que buscaba asegurar sus intereses económicos y estratégicos en la región, particularmente en relación con la construcción del Canal de Nicaragua.
Aunque la ocupación oficial comenzó en 1912, las fuerzas estadounidenses ya habían intervenido en el territorio nicaragüense en diversas ocasiones, consolidando su presencia para garantizar que el proyecto del canal, una vía marítima interoceánica que rivalizaría con el Canal de Panamá, no cayera en manos de otras potencias. En 1916, el Tratado Bryan-Chamorro selló el destino del país, otorgando a Estados Unidos el control sobre posibles rutas para el canal y convirtiendo a Nicaragua en un protectorado de facto.
«El tratado Chamorro-Bryan se firmó como un tratado canalero a perpetuidad entre el gobierno conservador y la administración norteamericana y se firmó porque eso le garantizaba a los Estados Unidos no que iban a construir un canal por Nicaragua sino que nunca iba a ser construido porque para eso contenían el monopolio entonces en el canal de Panamá» resalta la historiadora.
Este tratado, que simbolizó la pérdida de soberanía nacional, permitió a Estados Unidos establecer bases militares y ejercer una influencia directa en las decisiones políticas y económicas de Nicaragua. El impacto fue profundo, limitando el desarrollo autónomo del país y generando tensiones internas que, con el tiempo, alimentarían movimientos de resistencia.
«Nicaragua permaneció ocupada por los Estados Unidos durante 25 años consecutivos probablemente con unos meses en el año 1925 en que se retiraron las tropas y volvieron en 1926 cuando la guerra constitucionalista», recuerda Téllez.
La resistencia liderada por Augusto César Sandino
Uno de los episodios más destacados de este período fue la lucha liderada por Augusto César Sandino, un guerrillero que desafió abiertamente la presencia estadounidense. Desde 1927, Sandino encabezó una resistencia armada que se convirtió en un símbolo de lucha por la soberanía nacional. Su determinación y la de sus seguidores desgastaron a las fuerzas de ocupación, obligando a Estados Unidos a reconsiderar su permanencia en el país.
El hostigamiento constante por parte de la guerrilla, sumado al impacto económico de la Gran Depresión en 1929, hizo que el costo político y financiero de mantener la ocupación resultara insostenible para el gobierno estadounidense. Finalmente, el 2 de enero de 1933, las tropas estadounidenses abandonaron Nicaragua, marcando el fin de dos décadas de intervención directa.
El legado de la ocupación
El final de la ocupación no significó la restauración inmediata de la estabilidad en Nicaragua. La retirada dejó un vacío de poder que fue rápidamente ocupado por la Guardia Nacional, una fuerza militar entrenada y equipada por Estados Unidos. Esta institución se convirtió en el instrumento de control del régimen de Anastasio Somoza García, cuya dictadura, instaurada en 1937, perpetuó la influencia estadounidense de manera indirecta.
«La Guardia Nacional que había sido creada por las fuerzas de la ocupación estadounidense y esta se le entregaron a Somoza García, y así comienza pues este nuevo período en el país en el cual se instala la dictadura de la familia Somoza que encabeza en ese momento, con el beneplácito de los Estados Unidos y mediando de por medio pues ahí el asesinato del general Sandino y el derrocamiento del gobierno de Juan Bautista Zacasa», resalta la historiadora.
La memoria de este período ha sido fundamental en la construcción de la identidad política y social de Nicaragua. Las luchas de Sandino contra la intervención extranjera se han convertido en un símbolo de resistencia y han influido en movimientos revolucionarios posteriores, como la Revolución Sandinista de 1979.
Una herencia anti democrática que perdura
El siglo 20 Nicaragüense tiene una historia de 25 años de ocupación militar estadounidense y además del dominio político económico de la potencia y luego tiene más de cuarenta años de la dictadura de las familia Somoza, una historia marcada por duelos, guerras y controles hegemónicos que han heredado a Nicaragua una cultura antidemocrática como comenta Dora María Téllez.
«Esos son, elementos definitorios de la realidad política y histórica nicaragüense. Y ahora pues, digamos, Ortega trata de reeditar esta dictadura dinástica, su vida familiar, igual a la que había establecido Somoza García, con la pretensión de que nadie tampoco le haga ningún contrapeso y que no haya ninguna oposición a este modelo que se pretende montar actualmente» menciona Téllez.
La historiadora cree que estas herencia aún se marcan en la cultura política de Nicaragua, no solo señalando a Daniel Ortega hoy en el poder si no a la clase política opositora, mucha de ella en el exilio.
«Estamos hablando de historias conectadas, la ocupación militar y la dictadura dejaron aún a Nicaragua sin un aprendizaje, sin una tradición democrática, sin instituciones democráticas, sin una práctica institucional que forjara condiciones para establecer una democracia en el país y eso es lo que nos mantiene debilitados hasta la fecha, porque aún ahora hay generaciones que no pueden asimilar la democracia como una práctica dentro de las propias fuerzas opositoras, pues, que la democracia supone debate y tolerancia» finalizó diciendo Téllez.
