La imagen del religioso con el Santísimo en las manos y rodeado de policías en su residencia, le dio la vuelta al mundo. Matagalpinos rezan hoy por su libertad y destacan su ejemplo en defensa de la fe católica.
Por: Intertextual/ Voces en Libertad/ contacto@intertextualcr.com
Un día como hoy no pasa desapercibido en Matagalpa. Hace un año la ciudad amaneció militarizada, la Curia Arzobispal, que fue la residencia de Monseñor Rolando Álvarez hasta el 19 de agosto del año pasado fue flanqueada por los cuatros puntos cardinales. Lo asediaban. Y sufrió su primer secuestro.
Era jueves y como todo sacerdote sabe, un día especial, de adoración. Desde el lunes de esa semana, patrullas policiales rondaban la sede del episcopado donde habitaba el religioso y donde también tenía su oficina. “El Obispo ya era una voz incómoda desde meses atrás”, dice doña Mireya, una matagalpina que esta mañana se levantó temprano y encendió una vela en un altar que improvisó en su casa para rezar por el religioso.
Sobre una mesa con mantel color blanco, doña Mireya ha colocado una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y una imagen que los católicos llaman “La Dolorosa”. Ha colocado también flores y una vela blanca. Sobre la mesa una biblia católica y un rosario como de madera, de color café. “No dejaremos de rezar hasta ver a nuestro obispo en su Catedral”, sentencia.
Triste recuerdo
“Aquella fue una triste mañana”, relata. “Lamentable recordar a monseñor con el sagrario (el Santísimo) en la mano, de rodillas. Un santo, valiente, rodeado de gente que antes ha matado. Triste, muchos lloramos ese día, pero también aprendimos que si hay fe hay valor y fuerza, y el Obispo ha vencido al maligno con su fe inquebrantable”, señala la matagalpina.
Recuerda a policías de celeste y de negro, los últimos de la Dirección de Operaciones Especiales, DOEP, que también acordonaron el perímetro que rodeó la residencia del religioso.
Varios jefes policiales, especialmente el del Matagalpa, el Comisionado General, Sergio Gutiérrez, removido del cargo por el régimen en julio pasado después de servirle fielmente, se instaló sobre la conocida calle de los bancos, exactamente en la entrada a la Curia.
Gutierrez era el jefe de policía del departamento norteño. “Yo conté como cinco patrullas, pero habían más y como 100 policías y gente de civil como que vigilaban”, rememoró Mireya.
“Querían impedir adoración”
Otro matagalpino que siguió de cerca los acontecimiento de aquel jueves, cree que los policías cumplían la orientación de cercar la residencia del religioso para cesar toda actividad, por eso los sacerdotes y empleados de la Diócesis no pudieron ingresar al lugar ese mañana, hasta que el Obispo logró que cedieran el paso a algunos, para que pudiera celebrar la eucaristía que celebraba todos los jueves en la capilla de la residencia.
Antes sí, monseñor se vio obligado a asirse del Santísimo y romper el cordón policial que le impedía dejar la Curia. “Monseñor Álvarez dio con su acción el más grande testimonio que un sacerdote puede dar sobre su fe. Empuñó el Santísimo y lo impuso a la maldad que tenía de frente”, dice Alberto, un universitario que vive a pocas cuadras de la Curia y que no se resistió a ir al lugar.
“Tenía que ir”, dice. “Si el padre tenía el valor, ¿Por qué no nosotros que somos las ovejas? Había que ir y acompañar al pastor. Él enseñaba en la iglesia a defender la fe y lo hizo hasta el último día que pudo, se lo llevaron pero enseñó, y dejó claro, que no se trata de cualquier religioso, es un Obispo”, dice el joven matagalpino.
La imagen del religioso con el Santísimo y rodeado de policías, le dio la vuelta al mundo y echó más paladas al prestigio del régimen de Daniel Ortega que ya estaba hecho pedazos desde las acciones criminales que ordenó en abril de 2018 con el asesinato de 355 ciudadanos durante el levantamiento social en su contra, según los registros de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, CIDH.
“Nadie olvida a ese cura valiente que exigió a los policías con decencia y respeto, libertad religiosa y el respeto por su misma integridad, su vida y de los otros religiosos”, dice un campesino que colaboraba con delegados de la palabra de la Diócesis que dirigía monseñor Álvarez antes de ser secuestrado por el régimen.
“Nunca calló”
El régimen no logró impedir que monseñor celebrara la misa de adoración de ese jueves aunque quedó confinado. Con el sagrario empuñado le habló a los policías para que lo dejaran celebrar en paz. “No voy a irrespetarlos”, dijo el Obispo. “Se que tienen sus familias. Son amigos”. “Es increíble como él, a sabiendas que se lo iban a llevar porque no se detendría en su predicación, los bendijo. Monseñor demostró mucho en cada minuto de aquel día”, remarcó doña Mireya.
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El obispo Álvarez venía sufriendo asedio policial desde mayo de ese mismo año. Policías lo habían seguido dos meses antes, cuando se trasladaba a Managua para visitar a su familia. Fue noticia que en esa ocasión, se vio obligado a resguardarse durante varios días en la parroquia Santo Cristo de Las Colinas de la capital. Tras el paso de los días, el cerco policial desapareció y él regresó a Matagalpa.
El asedio de esa semana y que se intensificó un día hoy hace un año terminaría con su secuestro dos semanas después, el 19 de agosto, en horas de la madrugada. Pasó días en un status que la policía de la dictadura llamó “resguardo familiar” que no fue más que casa por cárcel y después, enfrentó un juicio repentino que lo llevó a una condena de 26 años en cárcel. Ahora está en una celda de máxima seguridad a donde fue enviado este año este año por negarse al destierro.
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“Hoy se conmemora un año de abusos contra el religioso. Nada de lo actuado fue según el Código Procesal Penal, ni ninguna otra ley, una cadena de errores que pesan sobre el régimen y que el mundo cuestiona”, dice un abogado de Matagalpa.