Por: Fransk Martínez
Tengo tres meses de estar cursando el Master en Género, Feminismos e Interseccionalidad en la cooperación internacional, en la Universidad Central de Catalunya. Han sido meses enriquecedores a nivel de lecturas, cuestionamientos y reflexiones.
Entre las lecturas que más han impactado mi perspectiva crítica, se encuentra la obra Eurocentrismo y Modernidad de Enrique Dussel, que nos invita a reflexionar sobre cómo la violencia y las lógicas de anulación del otro, en especial del ¨no-europeo, han sido fundamentales en la configuración del sistema colonial-modernos-capitalista que aún persiste hoy en día.
Este sistema, nacido en Europa y particularmente en España, vio en la colonización una oportunidad para imponer su supremacía y convertir al continente europeo en el epicentro del mundo. A través de la explotación y la opresión, Europa no solo conquisto territorios en América, sino también en África y Asia, desencadenando un proceso de despojo que sigue vivo, aunque transformado, en la actualidad.
La violencia ejercida por Europa no se limitó al ámbito físico, también fue simbólica, Durante la colonización, se despojó a los pueblos no -europeos de su humanidad, estableciendo jerarquías que definían a las personas por su color de piel, su estatus social o su sexo. De esta manera, se construyó una división ente ¨nosotros¨ y ¨ellos¨, cuyas consecuencias perduran en el presente, evidentes en las luchas por los derechos humanos que siguen siendo una realidad cotidiana, no solo en América, sino también en África y Asia.
Este proceso de deshumanización dejó heridas profundas que aún no se han cerrado, y estas heridas no son solo individuales, sino colectivas, pues la anulación de los pueblos no-europeos es parte integral de este sistema de dominación.
El caso de Nicaragua, es un ejemplo paradigmático de este legado colonial. Nicaragua, como muchas otras naciones latinoamericanas, ha sido un espacio de resistencia histórica. Sin embargo, la verdad histórica aún no ha sido completamente reconocida, lo que dificulta la sanación de las heridas profundas causadas por siglos de opresión. Este mismo fenómeno ocurre en otros países de América Latina, como Guatemala, donde las luchas por justicia, reparación y esclarecimiento siguen vivas, recordándonos que el colonialismo no solo fue un hecho histórico, sino un proceso continuo que sigue afectando nuestras vidas.
Una de las lecciones más duras que estoy aprendiendo al estudiar los procesos históricos de colonización es la necesidad urgente de mirar hacia África y América con una nueva perspectiva. Crecí en un contexto eurocéntrico, estudiando en un colegio Bautista, siendo mestize y con Madre nicaragüense y padre mexicano. En esa época, se nos inculcó la idea de que Europa era el modelo de ¨excelencia¨.
Hoy, al reflexionar sobre mi educación y mis propias experiencias, comprendo con claridad que esa visión eurocéntrica es parte de un sistema más grande que sigue manteniendo su poder sobre nuestras identidades, nuestras relaciones y, en general, sobre nuestras vidas cotidianas. Como explica la filósofa y escritora María Lugones, el concepto de ¨colonialidad¨ no solo se refiere al control territorial, sino a una forma de estructurar el conocimiento y las relaciones sociales que aún sigue vigente en nuestra manera de entender el mundo.
Descolonizar no es solo una tarea intelectual, sino también emocional. Significa liberarnos de las lógicas coloniales que siguen condicionando nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestra percepción de nosotros mismo y de los demás.
Es un proceso que implica tanto un cuestionamiento profundo de las estructuras de poder como un compromiso personal con la justicia social y la reparación histórica. Como dice la bióloga trans colombiana Brigitte Baptista: ¨Nada es más queer que la naturaleza¨. Esta frase resuena en mí porque, al igual que la naturaleza, nuestra humanidad es múltiple, cambiante y compleja. No puede ser reducida a las normas impuestas por el sistema colonial-modernos capitalista. Reconocer esta multiplicidad y diversidad es el primer paso hacia la descolonización.
En conclusión, el eurocentrismo sigue siendo un lastre que arrastramos, no solo en términos de dominación territorial, sino también en las formas en que nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos. La descolonización, por tanto, debe ser entendida no solo como una lucha contra la explotación económica, sino también como una lucha contra los mecanismos simbólicos que siguen subordinando a los pueblos no-europeos. Es un llamado a cuestionar las narrativas que se nos han contado y a construir nuevas formas de conocimiento y de convivencia, más justas, más diversas y más inclusivas.