Hablar de depresión, es entrar a un territorio que la sociedad prefiere evitar. Sin embargo, callar sobre este tema y los que se derivan de él no los hace desaparecer; al contrario, perpetua el estigma, el silencio y en demasiados casos, las tragedias evitables.
Las personas no quieren entender que la depresión existe y mata; y no es hasta que toca la puerta siendo demasiado tarde que entendemos que ahí estaba sentada a nuestro lado.
Cifras alarmantes y la urgencia de actuar
La depresión afecta a más de 280 millones de personas en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es una enfermedad que no discrimina por edad, género, ni clase social, y que puede llevar a la desesperanza extrema.
El suicidio, es consecuencia de esta y otras problemáticas psicológicas, cobra cerca de 700,000 vidas anualmente. En algunos países, es la segunda causa principal de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Estas cifras no solo son fríos números; representan vidas perdidas, familias rotas y comunidades marcadas para siempre.
Los juicios y las culpas
En Camoapa Boaco el fin de semana se dio el caso que según medios nacionales es un Parricidio y Suicidio. Más allá de narrar la escena y tipificaciones porque de eso mucho se ha dicho, aunque las investigaciones continúan, nos llama mucho la atención como sobresalen los juicios. Por eso creemos que es necesario, hablar de lo que poco se habla del impacto que causan estos hechos y de donde se derivan.
El impacto en las familias que quedan atrás tras un suicidio es devastador. Los expertos en salud mental coinciden en que el duelo por suicidio es particularmente complejo debido a los sentimientos de culpa, vergüenza y estigma que suelen acompañarlo.
Los familiares y amistades se enfrentan a preguntas sin respuestas, como ¿Por qué no vi las señales? ¿Puede haber hecho algo más? Según la Alianza Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP), las personas que pierden a un ser querido por suicidio tienen un riesgo significativamente mayor de experimentar trastornos de depresión y ansiedad.
Parricidio y sus secuelas
El parricidio, aunque menos común, tiene un impacto igualmente devastador. Expertos en salud mental apuntan que detrás de cada caso hay una historia de abuso, trastornos mentales severos o situaciones extremas de desesperación. Cuando ocurre, las consecuencias para los sobrevivientes son profundas y de largo plazo.
La niñez que quedan en la orfandad también vive el estigma social y el trauma de crecer sabiendo lo que ocurrió. Además, la comunidad también sufre; estos casos sacuden los cimientos de la confianza y la seguridad colectiva, dejando preguntas difíciles sobre cómo fallaron los sistemas de apoyo.
El morbo en cómo se bordan estos casos, centrándose en los detalles escabrosos y dejando a un lado el contexto humano. Pierde de vista lo que las personas estaban atravesando para llegar a ese punto.
Resulta muy fácil juzgar desde afuera, llamar monstruo al victimario o culpar a la víctima sin considerar el dolor que impulsa las fatales acciones. No se trata de justificar lo ocurrido ante un parricidio ante un suicidio, sino de entenderlo para prevenirlo. Los juicos apresurados refuerzan el estigma y dificultan que otros busquen ayuda antes de que sea demasiado tarde.
Lo humano frente a lo correcto e incorrecto
Al hablar de estos temas, es fundamental abordar lo humano. Detrás de cada tragedia hay personas que estuvieron atrapadas en torbellinos de emociones, conflictos, soledad.
Es incorrecto y cruel reducir sus vidas a titulares sensacionalistas. La crítica inmediata, la descalificación del victimario o el juicio a la víctima reflejan una falta de empatía y comprensión. Si como sociedad nos detenemos a reflexionar en lugar de condenar, podríamos aprender mucho más sobre como apoyar a quienes están en riesgo.
Me pase este fin de semana, viendo como todos los medios en Nicaragua escribían del suceso en Camoapa como si se trataba de una copia de un examen del colegio, argumentando lo mismo.
Hasta llegue a creer, hago algo al respecto al calor del momento, porque el síndrome es contagioso. Pero viendo desde el perfil del supuesto victimario (parricida) sus amistades estaban desconsoladas lo conocían y lo creían incapaz de hacer algo contra él y mucho menos contra su hija. Por eso me resulta oportuno exponer que debemos preguntarnos: ¿Qué falló? ¿Cómo no vemos las señales? ¿Por qué no hay sistemas más efectivos de apoyo? estas preguntas no buscan culpables, sino soluciones. Pero el ser humano suele ser muy duro. Siempre buscando culpables.
No hay respuestas sencillas, pero el primer paso es dejar de lado los prejuicios y empezar a ver a las personas con empatía, reconociendo que la prevención es una tarea colectiva.
Enfrentar lo que no queremos ver
El camino para sanar como individuos y sociedad empieza por aceptar lo que no queremos saber; que el malestar emocional es real, que no distingue fronteras ni edades, y que puede prevenirse con la atención adecuada.
También debemos entender que quienes quedan después de una tragedia merecen apoyo, no juicios. Esto significa brindar redes de ayuda psicológica, espacios seguros para hablar y un entorno social donde no se estigmatice la vulnerabilidad. Solo así se podrá transformar el dolor en prevención y esperanza.